Hoy hablaremos de los riesgos que implica poner etiquetas en la empresa familiar. Lo cierto es que etiquetar a las personas es algo que nos encanta a los humanos. Desde pequeños en la escuela, más tarde en la universidad, en el trabajo y en cualquier actividad profesional o de ocio que realicemos, siempre acabamos etiquetando a las personas, para bien o para mal.
Asimismo, en el entorno familiar también resulta fácil observar ciertas etiquetas de forma recurrente:
- Para el hijo mayor: “el reflexivo”, “el estudioso”, “el responsable”.
- Para el mediano: “el mediador”.
- Y, para el hijo pequeño “el mimado”, “el caprichoso”, el travieso”, etc.
Se trata de un sinfín de etiquetas que, en positivo o en negativo, pueden influenciar la vida de las personas.
¿Por qué se ponen etiquetas en la empresa familiar?
A la hora de preparar el relevo generacional y el papel que tendrán las generaciones entrantes, es habitual que detectemos etiquetas en la empresa familiar, algunas de ellas muy arraigadas y legitimadas por muchos. Este hecho, de no evidenciarse y tratarse correctamente, podría llegar a condicionar el futuro de algunos familiares y también del negocio.
El origen de estas etiquetas lo encontramos en la familia. En la empresa familiar se da la circunstancia de que muchas veces las personas suelen entrar a trabajar en la empresa con la etiqueta que tenían en la familia. Del hijo mayor se espera que sea responsable y es el que muchas veces debe asumir el rol de sucesor, especialmente si es chico. Del mediano, se espera que actúe como puente entre los hermanos. Y, del pequeño, se espera que madure algún día. ¡Menuda injusticia y qué peso tan difícil de soportar!
La existencia de estas etiquetas en la empresa familiar no hace sino derivar en felicidades coartadas y en miedos bloqueantes al intentar asumir roles y papeles que a veces son imposibles de asumir. Por ello debemos evitar que las personas lleguen a la empresa familiar con las etiquetas que puedan arrastrar desde la familia.
No os hablaré de cómo las etiquetas ayudan o perjudican a las personas, puesto que sería algo más propio de un tratado de psicología y tampoco soy un experto en la materia. Pero sí que me gustaría que tomaseis conciencia de lo que supone poner etiquetas en la empresa familiar, donde las etiquetas no tienen edad y muchas veces son causa de sufrimiento.
¿Tienen sentido estas etiquetas?
Cuando al trabajar profundizamos en lo que hay detrás de las etiquetas que detectamos, siempre encontramos un componente de subjetividad. Vemos que, en la mayoría de casos, aunque la etiqueta pudo tener sentido en el pasado, ya no es vigente en el presente, porque las personas cambiamos y evolucionamos.
A menudo también observamos enormes riesgos en el hecho de que la etiqueta no permita ver la realidad que esconde la persona. Detrás del chico “inmaduro” (de 40 años) al que se le continúan dando oportunidades para que madure como gestor, posiblemente tenemos a una persona que, si no ha madurado a los cuarenta, ya no madurará nunca.
Otro comportamiento habitual en algunas familias empresarias es que es mucho más fácil etiquetar negativamente a los hijos de otros que a los nuestros, pero lo contrario sucede cuando se etiqueta en positivo. Por humano que sea, esto no deja de ser injusto.
Para finalizar me gustaría animaros a que, en la medida de lo posible y para el bien de la familia y de la empresa, evitéis juzgar a los demás. Y, llegada la tentación, intentad poneros en los zapatos de la otra persona antes de poner etiquetas en la empresa familiar o en cualquier otro ámbito.